Cuando tenemos un cachorro nuestra vida cambia de forma radical. Comenzamos a no dormir bien por las noches, a tener que comprar nuevos zapatos, jugar al buscaminas entre pis y cacas, en definitiva que nuestra casa termina pareciendo un Grand Prix y que no se os olvide la vaquilla.
Todos los propietari@s que contratan un adiestrador coinciden en una cosa:
¿Y si lo hubieramos enseñado de pequeñito?
Nuestra filosofía de verlo es comparada con las plantas:
«Cuando plantamos una semilla, todo es perfecto. Su trayectoria y evolución se verán reflejados en la etapa adulta. Pero no intentes que de una palmera salgan manzanas»
Dicho esto, lo más conveniente no es hacer las cosas bien, sino no hacer las cosas mal. Por ejemplo, el viejo truco de restregar el hocico por el pipí:
El cachorro acaba de llegar a casa el día anterior, y aún no controla aún sus hábitos higiénicos. Orina en la entrada de la casa y no nos damos cuenta de la fechoría, pero como «nos han dicho» lo que debíamos hacer cuando orinara en casa, olvidamos por un momento nuestro lado más pulcro, cogemos al pequeño por la grupa y le untamos su pipí por toda la cara.
Al cabo del tiempo nuestro cachorro evita hacer sus necesidades en nuestra presencia, o peor aún, se las come. ¡Y cuando preguntamos el motivo nos dirán que es falta de calcio! Eso sí, se las sigue haciendo en casa…
¡Que no os tomen el pelo!
La única herramienta que tenemos para esto es la formación, así que mejor hacer las cosas bien y no tener después que modificar conductas.